domingo, 9 de agosto de 2009

Monólogo de un Feto

Hoy hice una estupidez para mitigar mi dolor y cuando hube terminado, me sentía más basura que antes. El dolor persistía dentro de mi pecho, en mi cuerpo en forma de gotas de sangre, pero las lágrimas no cesaban de salir. Antes, un simple corte era la llave para un instante de sosiego, de una retorcida felicidad que entregaba una calma inmensa gracias a la morfina que surcaba mis venas. Pero hoy eso ya no sirve, porque mi dolor es tan grande que comienzo a rendirme ante la perspectiva de volverme una masa inerte.

Hace diecinueve años con siete meses y medio empezó mi suplicio: en un segundo de ignorancia, mi madre me dio la vida en su vientre. En ese momento supe que mi existencia llevaba inevitablemente al dolor: mi creación destruyó sueños y vidas. Su estupidez es la culpable de mi existencia, pero mi existencia es la culpable de todas sus desgracias. Si hubiera sido por mí, si hubiera sabido lo que me aguardaba en un futuro hubiera decidido nunca salir del mar de la vida. Hubiera deseado que mi alma no se creara, que mi existencia nunca hubiera sido conciente de sí misma.

No desprecio la vida, pero desprecio el modo en que me ha tocado llevarla: un modo triste, que no admite réplicas por más que yo tenga la razón. Un modo que acrecienta mis errores mil veces y me los restriega en la cara junto con un séquito de puntas. Un modo en el que por más que me esfuerce siempre seguiré siendo una basura insignificante que no haya el sentido de vivir.

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