martes, 6 de julio de 2010

Un pequeño paréntesis

Un extracto de 'Crónica del pájaro que da la cuerda al mundo' de Haruki Murakami:
Pero una noche, cerca de la estación, cuando me disponía como de costumbre a abordar a un hombre, dos hombres me sujetaron de repente los brazos por detrás. Pensé que eran policias. Pero después me di cuenta de que eran yakuzas que vigilaban su territorio. Me arrastraron hacia una callejuela, me amenazaron con algo que me pareció un cuchillo y me condujeron hacia una oficina cercana. Me introdujeron en una habitación al fondo, me desnudaron y me ataron. Luego me violaron durante mucho tiempo. Lo grabaron todo en una cámara de video. Yo permanecí con los ojos cerrados, intentando no pensar en nada. No fue difícil. Porque no sentía ni sufrimiento ni placer.
Después me enseñaron el video y me dijeron que, si no quería que lo hicieran público, entrara en la organización y trabajara para ellos. Me quitaron el carnet de estudiante que llevaba en el monedero y me amenazaron con que, si me negaba, enviarían una copia del video a mis padres y que les sacarían todo el dinero que pudiesen. No tenía alternativa. Les dije que haría lo que me ordenaran, que no me importaba nada.
(...)
Por la mañana, al despertar, confirmaba todavía en la cama que mi cuerpo no sentía un dolor que pudiese considerarse tal. Abría los ojos, ordenaba despacio mis ideas, y luego iba probando la sensibilidad de las diferentes partes de mi cuerpo, una a una, de la cabeza a los pies. No sentía dolor en ninguna parte. Si realmente no había solor, o si pese a haberlo yo no lo sentía, eso era incapaz de discernirlo. Pero, en todo caso, no sentía dolor. No sólo no había dolor, tampoco había ningún otro tipo de sensibilidad. Saltaba de la cama, iba al lavabo, me lavaba los dientes, me quitaba el pijama y me duchaba con agua caliente. Sentía en el cuerpo una ligereza extrema. Tan etéreo que no lo percibía. Tenía la sensación de que mi alma había pedido prestado un cuerpo ajeno. Me miraba al espejo. Pero percibía terriblemente lejana la imagen que veía reflejada en él.
Una vida sin dolor: eso es lo que había soñado durante tanto tiempo. Y ahora que mi sueño se había hecho realidad, no lograba encontrar mi propio espacio en esta vida sin dolor. Existía una clara fractura entre ambos. Esto me turbaba. Sentía que, como ser humano, estaba desligada del mundo. Hasta entonces lo había odiado profundamente. Y seguía odiando su iniquidad e injusticia. Pero en el mundo de antes, por lo menos yo era yo y el mundo era el mundo. Ahora ni siquiera el mundo era el mundo ni yo era yo.