sábado, 22 de agosto de 2009

Cuentas de Agua

Caen... a veces... otras no... bajo nubes grises amenazan con golpearte la cabeza... y cuando ya estás convencido de que vendrán... se retiran...

No hay nada... hoy, en este cielo azul, no hay nada... un par de cúmulos color blanco flotando en el cielo... pero nada más...

Y tú... dejas un vacío en mi corazón, como la ausencia en ese día que prometía ser lluvioso.

No hay nada...

No hay nada cuando no estás...

Pero cuando vuelves... siento con inevitable dolor que la nada crece...

Una parte de mí cree que es mejor permanecer así... que es mejor no tener un contacto prolongado... pero todo lo que pienso, es por mi propio bien...

Sé que cuando termine esto, ya no voy a creer en nada más... sé que las cosas me dejarán igual de vacío que antes...

Siento... que ya no voy a volver a sentir...

Y eso me apena profundamente...

No quiero nada... no quiero nada...

Por favor... odíame y aléjate de mí...

sábado, 15 de agosto de 2009

Nada...

Al final, todo se vuelve la reverenda basura que siempre ha sido... se ha estado escondiendo, pero eso no suaviza el aroma a podrido que emana producto de su putrefacción...
Así me siento, a eso se reduce mi existencia: a un cuerpo y un conjunto de pensamientos que me lleva a la putrefacción total, que me hace creer cada día que me importa una mierda seguir vivo...
Lo más triste es que no existe ningún medio para detener este proceso, porque es irreversible...
No siento que siga valiendo la pena nada...
Lo más idiota del asunto es que hay veces en donde logro encontrar cosas que me devuelvan las ganas de vivir, pero al poco tiempo todo vuelve a transformarse en lo mismo: no podemos pedir más de algo que ha estado de esa forma durante tanto tiempo...

domingo, 9 de agosto de 2009

Monólogo de un Feto

Hoy hice una estupidez para mitigar mi dolor y cuando hube terminado, me sentía más basura que antes. El dolor persistía dentro de mi pecho, en mi cuerpo en forma de gotas de sangre, pero las lágrimas no cesaban de salir. Antes, un simple corte era la llave para un instante de sosiego, de una retorcida felicidad que entregaba una calma inmensa gracias a la morfina que surcaba mis venas. Pero hoy eso ya no sirve, porque mi dolor es tan grande que comienzo a rendirme ante la perspectiva de volverme una masa inerte.

Hace diecinueve años con siete meses y medio empezó mi suplicio: en un segundo de ignorancia, mi madre me dio la vida en su vientre. En ese momento supe que mi existencia llevaba inevitablemente al dolor: mi creación destruyó sueños y vidas. Su estupidez es la culpable de mi existencia, pero mi existencia es la culpable de todas sus desgracias. Si hubiera sido por mí, si hubiera sabido lo que me aguardaba en un futuro hubiera decidido nunca salir del mar de la vida. Hubiera deseado que mi alma no se creara, que mi existencia nunca hubiera sido conciente de sí misma.

No desprecio la vida, pero desprecio el modo en que me ha tocado llevarla: un modo triste, que no admite réplicas por más que yo tenga la razón. Un modo que acrecienta mis errores mil veces y me los restriega en la cara junto con un séquito de puntas. Un modo en el que por más que me esfuerce siempre seguiré siendo una basura insignificante que no haya el sentido de vivir.