sábado, 18 de septiembre de 2010

Mientras que la brisa parece atravesar mi cuerpo, mis ojos permanecen distantes, mirándote herido a una distancia prudencial.

Nunca, jamás quise que me vieras, pero tus ojos, que todo lo atrapan, me terminaron cautivando.

Sabía que iba a doler, las espinas de tus labios, el sabor de tus palabras penetraban hasta lo más profundo de mi corazón. Y aunque mi cuerpo temblara por completo, sabía que nada podía llevarme lejos de la voluptuosa y dulce sensación de tortura.

Y aunque durante la noche temblara de frío teniendo tu cuerpo a mi lado, eso no importaba, porque entre el alboroto de la pasión desatada entre tus cabellos, mis lágrimas encontrarían donde extinguirse, evaporándose.

Y aunque mis labios se apretaran intensamente buscando satisfacer el sabor de la sangre, mis dientes se teñirían de rojo y mis manos clavarían con fuerza las uñas en sus palmas. Y la amargura persistiría, en un estado lejano a ti.

Porque tu frío cuerpo o mis manos inmateriales no nos permiten permanecer uno al lado del otro.

No importa cuanto me quede aquí, no importa, porque las cosas no cambian por mucho que llores.

Suspiros, volátiles seres que se escurren entre un beso poco apasionado.

Y aunque los temblores persistan y el dolor no se desvanezca, aunque desee no haber visto tus ojos fundiéndose en el humo, todo mi yo te desea al punto en que mis oídos captan tus susurros inexistentes a mi alrededor.

Siéntate a mi lado mientras dure la noche y rodea mis hombros con tu delgado abrazo...

0 comentarios: